Por Redacción / EL MEXICANO, el gran diario regional. Se publicó en: Edición impresa
domingo, 03 de abril de 2011
¿Cuáles son las características de la ciencia ficción mexicana además de la aseveración de Federico Schaffler de 1990, al mencionar su calidad literaria?
En primer lugar hay que precisar lo anterior: hay calidad literaria, sí, pero no es la regla. Hay autores valiosos, con un estilo propio, pero la vasta mayoría son escritores aficionados que han visto películas, han atesorado videojuegos, han seguido programas de televisión o han leído comics y por eso creen estar preparados para escribir ciencia ficción.
Pocos son escritores en el sentido literario: creadores que reconocen que no se trata de escribir historias con robots o en planetas lejanos sino que escribir ciencia ficción consiste, como toda literatura, en ejercer un dominio del lenguaje, en crear tramas originales, en hacer coherente una historia, en definir personajes como seres auténticos y no como marionetas que se mueven al antojo de la acción, en establecer una visión de la realidad, en tomar posturas ante el mundo que vivimos. Literatura a secas.
En tal caso, pocos autores hay con esa capacidad en México –y yo diría en cualquier nación-, pero los hay: Gerardo Porcayo, José Luis Zárate, Bernardo Fernández, Pepe Rojo y unos pocos más. Todos ellos siguen en pie de lucha, sin dejarse vencer por la falta de oportunidades editoriales o el desánimo ante el desdén generalizado de la literatura nacional. Y prueba de esta actitud de resistencia la vemos en el proyecto de los minbúks de Pepe Rojo, que desde 2010 ha logrado publicar más de una decena de cuentos de ciencia ficción en formato pequeño y con un impacto inmediato entre los lectores potenciales: los estudiantes universitarios y el público en general.
¿Qué otra característica es visible?
La marca nacionalista, el deseo de decir que somos mexicanos a pesar de que habitamos un país que se nos desmorona entre los dedos. Hay un deseo de darle voz y carácter nacional a nuestros personajes y a las situaciones en que viven. Hay un tic nervioso por imponerle nuestro humor negro al futuro que se vislumbra en cuentos y novelas. Hay un prurito por destruir el país y mandar al infierno a nuestra clase política (verdaderos villanos de nuestra época actual).
Hay un sueño de libertad que busca liberarnos de una iglesia pederasta, de un sistema judicial corrupto, de un gobierno ineficaz, de una sociedad indiferente al dolor ajeno. Hay demasiados apocalipsis en nuestra ciencia ficción y tan pocas utopías. La desesperanza, el cielo negro del porvenir le ganan a la visión quimérica. O peor: hay demasiados chistes para consumo nacional y poca inventiva radical, poca atención al lenguaje.
Por otra parte, el boom de la ciencia ficción mexicana se dio a partir de 1990, cuando apareció Más allá de lo imaginado, la antología de Federico Schaffler en tres tomos, y termina con la publicación de Visiones periféricas de Miguel Angel Fernández en 2002. Durante esa docena de años hubo el intento consciente de crear una comunidad ciencia-ficcionera en el país, una comunidad nacional en serio, con autores ubicados a lo largo y ancho de México, pero especialmente situados en la frontera norte, Puebla y la capital del país.
En esos años se publicaron libros (al menos una media docena por año) de cuentos o novelas, hubo la atención crítica de revistas de literatura en general, como Complot, Blanco móvil o Tierra adentro, se interesaron en el fenómeno de autores mexicanos escribiendo ciencia ficción, y aparecieron libros y ensayos sobre este género de Gabriel Trujillo Muñoz, Miguel Ángel Fernández, Ramón López y Gonzalo Martré. Luego todo volvió a su nivel y cada quien tuvo que rascarse con sus propias uñas. No enraizó porque no hubo editoriales comerciales que apostaran por la ciencia ficción mexicana, como sí sucedió en España o en Argentina. Sin un mercado editorial todo quedó en publicaciones marginales.
Talentos había, y muchos, pero no promotores ni editores que se arriesgaran, que creyeran que era posible mantener una ciencia ficción con sello mexicano. Porque lectores había y por montones a lo largo y ancho del país, pero no oferta editorial para abastecer su interés por este género en su propio país y con sus propios autores, como ya hay en Sudamérica y en España.
Pero la ciencia ficción regresa por sus fueros a partir de 2010, con la antología de Bernardo Fernández, Los viajeros. 25 años de ciencia ficción en México, con la aparición de mi novela Trenes perdidos en la niebla y con la colección de minibúks dedicada a este género literario y que Pepe Rojo logra publicar con el apoyo de la Facultad de Humanidades de la UABC en Tijuana en 2010 y con el apoyo del Cecut en 2011.
Y si a esto agregamos que Federico Schaffler recibe, en su natal Tamaulipas, el reconocimiento que merece como creador emérito en 2011, podemos constatar que la ciencia ficción sigue abriéndose camino en la cultura nacional. Y esa es otra de sus mejores características: este género literario nunca ha padecido del centralismo, siempre ha sido practicado a lo largo y ancho del país sin jerarquías ni sumisiones a la república de las letras, como una narrativa autónoma e independiente que ha luchado por hacerse oír desde Mexicali a Mérida, desde Monterrey a Guadalajara.
Si bien es cierto que la ciencia ficción mexicana es, mayoritariamente, un género escrito por aficionados, es decir, que es una ciencia ficción derivativa o imitativa de las cintas, libros y comics extranjeros, especialmente estadounidenses, es necesario aclarar que la literatura de ciencia ficción escrita por escritores mexicanos profesionales, no tiene tal limitante. O mejor dicho: es una mezcla de Julio Torri con Isaac Asimov, de Amado Nervo con H. P. Lovecraft, de Manú Dornbierer con Angélica Gorodischer, de Diego Cañedo con Philip K. Dick. Un crisol de influencias para todos los gustos y necesidades.
Esa es una gran ventaja, pues incluso entre los escritores estadounidenses, pocos leen obras de autores extranjeros, limitando de esa manera su visión global de la humanidad a su propio entorno literario, a su propia (y única) tradición. El gran problema de la ciencia ficción mexicana reside en un complejo de negación, ya que todos los grandes escritores de nuestro país la han practicado pero se avergüenzan de decirlo en público.
Carlos Fuentes, Juan José Arreola, Martín Luis Guzmán, José Agustín y un largo etcétera han escrito novelas de ciencia ficción, pero prefieren llamarlas novelas de lo real maravilloso que aceptar lo que realmente son. Creen que si aceptan el membrete a sus libros no los leerían seriamente. Prejuicios de la comunidad literaria que aún no admite a los géneros de terror, de fantasía y de ciencia ficción como auténticos territorios de la imaginación creadora. Pero los lectores saben mejor que muchos autores nacionales que tales membretes no restringen la lectura: a lo más la precisan para aquellos que prefieren ciertos géneros sobre otros.
Ahora, en 2011, hay una tanda de cintas de ciencia ficción mexicanas, que son mas ajustes de cuentas con nuestro pasado político nacional que miradas originales acerca de nuestro futuro. Lo cierto que esta nueva oleada de películas es, al parecer, el inicio de un boom cinematográfico, pero me temo que no sucederá lo mismo en el campo de la literatura mexicana, en donde no se admite que la ciencia ficción representa una de las rutas más creativas y diversificadas de la literatura contemporánea.
Doris Lessing, la novelista británica ganadora del premio Nobel y ella misma practicante destacada de este género, nunca lo ha negado. Ella sabe que la ciencia ficción es un vehículo excelente para expresar las esperanzas y temores de la humanidad de cara al futuro. Nuestros autores nacionales no lo entienden. Para ellos, el realismo del siglo XIX sigue siendo inamovible. Y cuando integran situaciones de ciencia ficción o mezclan la realidad con la fantasía lo llaman literatura experimental. Reconocer que sus obras son literatura de ciencia ficción les da urticaria; les quita crédito, según ellos y ellas, como escritores serios, a tomar en cuenta por la jerárquica república de nuestras letras.
¿Cómo ha cambiado el panorama de la ciencia ficción mexicana desde que empecé a escribir relatos de este género en 1981, desde que comencé a promoverla con cursos en la UABC y con programas radiofónicos en Radio Universidad en 1982?
En estos treinta años creo que hemos avanzado mucho en la arqueología de nuestros orígenes. Ahora sabemos que las raíces de este género en México se remontan a la época colonial, hasta el siglo XVIII; que en todo el transcurrir de México como nación independiente ha habido escritores a su servicio, se han publicado obras importantes.
Ahora, en este siglo XXI, se escribe menos sobre viajes espaciales y más sobre el impacto social de la tecnología, menos sobre monstruos extraterrestres y más sobre el ciber espacio, menos sobre robots y más sobre redes ciudadanas, menos sobre astronautas y más sobre justicia y equidad política y de género.
La ciencia ficción mexicana es contemporánea de la ciencia ficción mundial. Pero sigue igual que en 1981: pequeña, de espaldas contra la pared, luchando por hacerse oír, por hacerse notar en la república de las letras nacionales.
Tal es su reto hoy en día, su desafío.
Fuente: http://www.el-mexicano.com.mx/informacion/suplementos/2/40/identidad/2011/04/03/464437/precisiones-sobre-la-ciencia-ficcion-en-mexico.aspx